La politización de la salud pública no sólo es inusual; está desmantelando activamente salvaguardas cruciales que protegen a los estadounidenses de enfermedades prevenibles y peligros cotidianos. Las acciones recientes de la actual administración han debilitado sistemáticamente a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), recortando programas diseñados para combatir el cáncer, las enfermedades cardíacas, las enfermedades infecciosas y las lesiones laborales. Esto no es sólo un cambio burocrático: estos recortes aumentan directamente el riesgo de enfermedad y muerte.

La situación es grave: los CDC han visto su liderazgo diezmado, con científicos clave despedidos o dimitidos en masa. Aproximadamente una cuarta parte del personal de la agencia se ha marchado. Lo que es aún más crítico, el Secretario de Salud, Robert F. Kennedy, Jr., ha reemplazado a los grupos asesores de expertos en vacunas con personas que carecen de credenciales científicas, lo que ha llevado a recomendaciones que ignoran la evidencia establecida. Esto no es simplemente un desacuerdo; es la erosión deliberada de un sistema diseñado para mantener segura a la población.

Cuando la salud pública funciona eficazmente, su impacto es invisible: el agua limpia, el aire respirable y las enfermedades prevenibles permanecen contenidas. Pero cuando fracasa, las consecuencias son inmediatas y devastadoras. La disminución de las tasas de vacunación, el retraso en las respuestas a los brotes y los obstáculos a los esfuerzos para dejar de fumar son sólo los síntomas visibles de una crisis más profunda.

El daño invisible es aún más alarmante: el desmantelamiento de los sistemas de seguimiento de enfermedades nos deja vulnerables a futuros desastres sanitarios. Sin una vigilancia sólida, los brotes inevitablemente se propagarán más rápido y se volverán más letales. La próxima pandemia no esperará al consenso político; explotará las debilidades que estamos creando activamente.

Contrarrestar la desinformación y restaurar la confianza

El problema central es la desconfianza, alimentada por campañas deliberadas de desinformación. Se necesita un esfuerzo coordinado para combatir las narrativas falsas, aprovechando la inteligencia artificial para detectar y desacreditar mitos virales en tiempo real. Los mensajes basados ​​en hechos, entregados a través de contenido atractivo y canales confiables, deben avanzar tan rápido como las falsedades.

El debate sobre las vacunas es un excelente ejemplo. La desinformación sobre las vacunas que causan autismo persiste a pesar de la abrumadora evidencia científica, lo que permite terapias de “desintoxicación” fraudulentas y erosiona la confianza del público. Las medidas del secretario Kennedy para ampliar las reclamaciones por lesiones causadas por vacunas socavan aún más la confianza y desvían recursos de la atención legítima. Los científicos, médicos y ciudadanos informados deben cuestionar activamente estas afirmaciones falsas y exigir políticas basadas en evidencia.

Un enfoque de resiliencia de varios niveles

El gobierno federal sigue siendo la única entidad capaz de coordinar la vigilancia nacional de enfermedades, financiar laboratorios especializados, garantizar la seguridad de las vacunas y gestionar las respuestas de emergencia. El Congreso debe detener los recortes de programas y hacer cumplir la rendición de cuentas sobre los fondos autorizados. Sin embargo, depender únicamente del sistema federal ya no es viable.

Los estados, las ciudades y las sociedades profesionales deben llenar los vacíos. La Colaboración de Salud del Noreste, que vincula diez estados y ciudades, demuestra el potencial de la cooperación regional para el intercambio de datos y el control de brotes. De manera similar, organizaciones como la Academia Estadounidense de Pediatría han intervenido para brindar orientación clara y basada en evidencia cuando las recomendaciones oficiales fallan.

Las universidades y los gobiernos estatales también deben preservar y ampliar los esfuerzos de recopilación de datos. Perder los conjuntos de datos de los CDC paralizaría nuestra capacidad de rastrear los riesgos y evaluar el progreso. La transparencia y la rendición de cuentas son primordiales: adoptar un modelo de respuesta “7-1-7” (identificar brotes en siete días, informar en uno e implementar medidas de control en siete más) puede acelerar el progreso y generar confianza pública.

El camino a seguir: ver, creer, crear

En última instancia, la salud pública no puede ser partidista. Debemos priorizar las decisiones basadas en datos, reconstruir la confianza a través de la transparencia y trabajar en colaboración para crear un futuro más saludable. Cada retraso en el fortalecimiento de nuestras defensas se traduce en vidas perdidas y aumento de costos. La fórmula del éxito es simple: ver las amenazas con claridad, creer en la posibilidad de progreso y actuar con decisión para proteger nuestro bienestar colectivo.

El momento de actuar es ahora. Hay demasiado en juego como para permitir que las divisiones ideológicas comprometan los sistemas fundamentales que nos mantienen seguros.